INTRO
Anboto. Ni con un millón de palabras podría describirse el carisma
y el aura que posee este monte mágico. Incontables son las personas que lo han
subido a lo largo de la historia; no obstante, no todo el mundo llega a conocer
su extraña y misteriosa cara este. Territorio sagrado para los habitantes del
valle de Atxondo, y lugar de culto desde tiempos remotos, puesto que en esta
cara este se encuentra la cueva de La Dama, o Mariren kobie.
Dicho esto, no son muchas las personas que se han atrevido a
escalar en sus grandes paredes, debido a su dura aproximación y la falta de
equipación de las vías más clásicas. Siempre resulta más tentador acudir a
escuelas de escalada más consolidadas como Atxarte y Untziaitz. Aun así, a lo
largo de los años 70, 80 y 90 un buen puñado de locos escaladores dejaron su
impronta en esta pared, y sus ya míticas vías marcaron el camino a nuevos
itinerarios como el que se va a describir en las próximas líneas.
En cualquier caso, esta es una breve crónica de una actividad
realizada por un grupo de amigos en el mes de septiembre del año 2017.
Zurdaia[2]
Este es el nombre con el que dos conocidos equipadores bautizaron
a su nueva vía. Puede tener dos significados en euskera, hielo duro o tendón.
Habría que preguntarles a Gaizka
y Leti por el motivo de su nombre. Yo
personalmente, y desde mi ignorancia, me inclino por la segunda opción, puesto
que la vía bien podría tomarse como el tendón de Aquiles de la cara este. Una
cascada de placas recorre la primera sección de la pared, para poder atacar la
montaña por un sistema de diedros que nos llevarán a una faja intermedia.
Lamentablemente, esta vía no nos llevará hasta la cumbre, a diferencia sus
hermanas La Dama (1976, 6c/A1 140m) y Kanterarik ez (1991,
6a+ AI 225m /ED-).
Fotografía: Ref. Txastimendiak
LA AVENTURA
8:00 de la mañana en el valle de Atxondo, el sol amanece perezoso
en el horizonte asegurándonos un buen día de escalada. Hace frío, como es
habitual en este valle, y hago tiempo hasta que lleguen mis amigos tomando
un cortado en un bar cercano a la plaza del pueblo. En el día de hoy nos hemos
juntado una buena cuadrilla de cinco escaladores para hacer una de las primeras
repeticiones de esta vía. Raúl y su hermana Marta, Rober -un amigo de Raúl que es
perro viejo en esto de la escalada clásica-, y Jon Ander y yo. Llevo una semana
renqueante de un catarro que me ha tenido drogado a paracetamol, pero no puedo
negarme a la cita. Pocas veces se tiene la oportunidad de escalar una vía de
estas características con amigos, y a su vez gente experimentada.
Con mucha puntualidad nos damos cita a las 8:15 junto al frontón
de Apatamonasterio y nos dirigimos hacia el último caserío del barrio de
Arrazola. De ahí cogemos una pista que recorre un pinar hacia el GR de
Zabalandi. A medio camino nos desviamos hacia la derecha y sudando a chorros
comenzamos la dura aproximación, entre hierba dura y placas de adherencia
(II-III) vamos abriendo camino hasta plantarnos debajo de la pared este del
Anboto. Nos encontramos junto a una gran pedrera que forma un embudo, también
conocido como Artaungo Sakona. De camino me he pegado un corte en la
palma de mi mano derecha, que no para de sangrar, y no sé si es el preludio de
lo que me espera ahí arriba.
Fotografía:
Gaizka Kortazar: Ref. Untziaitz sur
El sol empieza a calentar, más de lo que nos gustaría, pero somos
optimistas, quizá más arriba sople el viento y nos refresque las espaldas
hundidas en sudor. Rápidamente localizamos el comienzo de la vía y la primera
cordada se dispone a atacar la pared. Jon Ander y yo somos pareja, y como de
costumbre nos lo tomamos con filosofía. Bebemos agua, comemos fruta, echamos
una meada, y vemos a nuestros compañeros subir.
Raúl, Marta y Rober van como misiles, y rápido les perdemos en el
mar de placas. Llegado nuestro turno, decidimos que Jon Ander abre los largos impares
y yo los pares. La verdad es que la pared me impone mucho, solo de mirar hacia
arriba me entran sudores. ¿Me habré equivocado de día? Estoy destrozado de la
subida y agarrotado de los medicamentos. Intento tentar a mi compañero con
hacer una vía que sale hacia la izquierda, Sagardoa, que sube a Ezkilar dorrea o Torre de Ezquilar, pero
no hay nada que hacer; subir tan alto para hacer una vía a priori mucho más sencilla, no entra en los planes de mi amigo.
Los dos primeros largos discurren sin ningún problema, largos de
placa fina, entre V+ y 6a, pero sin casi seguros fijos. Hay que esmerarse en
encontrar los puentes de roca colocados por los aperturistas, y buscar buenas
fisuras para meter algún friend de cuando en cuando. En el tercer largo, Jon
Ander ha tenido un pequeño susto en un paso algo obligado, no llegará al 6a+,
pero tras un pequeño despiste a volado unos cuantos metros. La verdad es que
nos hemos echado unas buenas risas; si en el tercer largo andamos así...a saber
cómo vamos en el último.
Ya en el cuarto largo me encuentro desfondado, no estoy en mi
mejor momento de forma y lo noto. La mochila, el sol, la fatiga...Pido un
pequeño descanso. Sacamos un poco de chocolate, a ver si cargo las pilas, pero
tampoco me sirve de mucho. Es cierto, no tenemos prisa, pero tampoco conviene
relajarse. En cualquier caso, mi amigo manda. Mientras me recupero del blancón,
él decide hacerse un cigarrillo, con lo que nos retrasamos aún más.
Finalmente nos ponemos las pilas y tiro yo de primero para arriba,
hasta plantarme delante de un diedro espectacular; parece que el largo cuenta con
algo de sombra, pero la reunión tiene pinta de ser muy incómoda. En cualquier
caso, nuestro retraso tampoco ha sido para tanto, ya que nuestros compañeros
todavía no han comenzado con el siguiente largo. Llegados a este punto tengo
que agradecer a Marta que me haya dejado una pastilla de isostar, para recuperar
algo de mis fuerzas ya menguadas.
Es el turno de Raúl, expectantes vemos como se casca el 7 largo,
el anteúltimo, un 6b+/ 6a+ A0, bastante obligado. Se lo toma con calma, parece
que baila en la pared. Analizo todos sus movimientos, puesto que después me va
a tocar a mí arrastrarme por semejante diedro. A tientas, va tocando los
salientes afilados como puñales, palpando las débiles rocas del diedro,
corrompidas por el paso del tiempo, el agua y la humedad del ambiente. Observa,
como si de un cirujano se tratase, las debilidades de la pared, y con precisión
quirúrgica va colocando con mimo los friends de distintos colores. Aprovecha
los clavos encajonados por los aperturistas para auto convencerse de que sigue
el camino correcto. Lo tiene cerca, se da un aire antes de acometer el último
desplome que finalmente le coloca en una cómoda repisa, la de la reunión. - ¿Qué
tal Raúl? ¿Cómo ha ido el largo? -Me ha parecido picante...muy bueno.
En ese momento mi corazón se acelera. Si a mi amigo, curtido en
mil batallas le ha parecido picante, no quiero ni imaginar cómo me va a costar.
Entre tanto, una pareja de Aretxabaleta se junta con Jon Ander y conmigo en la quinta
reunión y charlamos bastante con ellos. Vienen como una exhalación, apenas les
ha llevado una hora llegar hasta donde nos encontramos. Me fijo cómo monta la
reu el primero, y me quedo asustado. Ni triángulo de fuerzas ni nada, un
mosquetón sobre un parabolt con un ballestrinque, y otra mosqueta en el otro
parabolt para asegurar a su compañero con el grillo; aunque bien le hubiera
bastado con un nudo dinámico…cosas de la vieja escuela. Vemos que van con muy
buen ritmo, así que acordamos dejarles pasar una vez hayan acabado nuestros
amigos. Pasado un rato me arrepentí bastante, ya que la reunión me estaba
dejando sin riñones.
En este punto tengo que decir que las vistas son espectaculares. Justo enfrente de nosotros ser erige la famosa “Ezkilar Dorrea” y la ficho para otra ocasión. Es una especie de arista majestuosa que a mitad de recorrido se parte, y crea una especie de diedro aparentemente difícil de superar. A nuestros pies se cierra el valle, cuyo cómplice es una gran pedrera que acaba sumiéndose en las sombras de Artaungo sakona. A lo lejos divisamos las peñas del Udalaitz, y podemos apreciar las campas del Besaide, cerca de donde en alguna ocasión nos hemos dado cita para escalar. No se oye absolutamente nada, salvo el viento susurrando nuestros oídos, que de cuando en cuando nos traen el canto de las urracas; compañeras de escalada inestimables, que aun estando perdidos en el corazón de Bizkaia nos brindan una sonrisa a través de sus piruetas y vuelos al ras de la pared. Es septiembre, y los bosques de Atxondo comienzan a tornarse de un color amarillento, cansados del sol del verano y a sabiendas de que sus horas están contadas, al menos hasta la próxima primavera.
Fotografía:
Karlos Aretxabaleta
Nuestro turno. Los veteranos nos han dejado atrás y puesto que la
reunión superior es volada y muy incómoda, nos hemos tomado nuestro tiempo para
empezar a escalar. Vamos con retraso, pero seguimos siendo optimistas. Sale Jon
Ander, y se enzarza con el diedro que tenemos al frente. Un diedro viejo, tanto
como la pared, que parece que nos susurra los movimientos. En él una secuencia
de viejos clavos nos marca el camino, como si de migas de pan se trataran;
colocados por generaciones anteriores a nosotros, con mucha más experiencia, y
seguro que con muchos menos recursos. Ciertamente lo solventamos rápido. Yo no
estoy para andar preocupado de liberar los largos, ya que el peso del sol cada
vez se hace más grande.
Turno del 6b+, el diedro peleado por Raúl. Una vez más es el turno
de mi compañero, a quien le pido que siga en mi lugar. Él lo ve relativamente
fácil, pero también se ha tomado su tiempo para leer bien el largo. Juntos, los
dos, nos chocamos la mano, nos damos un abrazo y nos animamos el uno al otro
para acometer los dos últimos largos de la vía. Le pido por favor que sea
generoso con las cintas largas, por si me veo mal, para poder ir acerando en
los pasos claves. Le propongo usar el estribo -que nos ha dejado Raúl- en la salida,
ya que en los croquis de los aperturistas ponía que el paso clave del largo se
encontraba en la salida. “Iskan”, así es como le llamamos en confianza, se ríe
de mí, y me dice que a mí me va hacer más falta. Para cuando quiero darme
cuenta mi amigo está ya en la reunión. Le ha parecido algo más asequible que el
largo anterior, pero algo me dice que está mintiendo como un bellaco para
tranquilizarme. Por fin me pongo en marcha, recojo todo, me doy bien de
magnesio en mis manos sudorosas, y con paso firme agarro el estribo y me lanzo
a una fisura llena de pinchos. Estaba sobre aviso. Noto como se meten todas las
zarzas en mis yemas reventadas, y por un momento dudo. Es un momento de agobio,
pero me digo “no puedes caer”. Pasado el paso clave, peleo la fisura, y empiezo
a reptar como una sabandija por una especie de diedro chimenea. Los friends y
los clavos de la pared me marcan el camino, al estilo de una cremallera que
tiene que cerrarse para cumplir su función. Voy dándome muchos aires, y cada 5
metros le digo a Jon Ander que vaya recogiendo cuerda y me “pille”. Siento como
si me ahogara, y a la vez tuviera la necesidad de seguir nadando hacia arriba
para salir a flote. Llego un extraplomo que se debe solventar abriendo mucho
las piernas, y cogiendo los pequeños cantos que hay encima de este. Animo. Tan
solo me quedan 5 metros para llegar junto a mi amigo. La calidad de la piedra
en este punto no es demasiado buena, y da la sensación de que estoy agarrando
trozos de cartón. Algún clavo parece moverse, como si su instinto le dijera que
ese no es su sitio. 2 metros, último impulso. Por fin.
Poco nos ha durado la alegría. Nada más llegar a la reunión hemos
visto como la única botella de agua, de 1,5 litros salía despedida al vació.
Jon Ander no se lo puede creer. Estamos sedientos, hasta tal punto que no
tenemos ni saliva que tragar. Afortunadamente el sol se está poniendo por el
horizonte, y llegados a este punto nos da un poco de tregua. Solo queremos
llegar a la cima. Jon Ander organiza todo como puede y sube como un autómata para
arriba. Es el último largo, pero estamos desfondados. Él es un titán, y sube lo
más rápido que puede, consciente de que si no nos damos prisa podemos acabar a
lomos de la candelaria. Me toca. Estoy francamente mal, pero creo que lo puedo
hacer rápido, además de segundo, pero me equivoco. Me encuentro con una
secuencia totalmente distinta a todo lo que hemos escalado a lo largo del día.
Ante mí un mar de gotas de agua se abre camino; no serán más que 10 metros,
pero con una secuencia de 6a+ difícil de leer a vista. No me quedan muchas
fuerzas, y apenas oigo a mí amigo. Por mucho que me intento ayudar de una uña
que me ha dejado Raúl, caigo una y otra vez en el mismo paso. La cuerda
chiclea, y los sartenazos que me estoy dando cada vez son mayores. No llego ni
a acerar la 3 chapa. Me doy un aire, y le gritó a Jon Ander que estoy en un
aprieti. Pienso un momento y me propongo intentarlo por la izquierda,
total...no tengo nada que perder. Me sale mejor, consigo llegar a la maldita
tercera chapa, y por fin encadeno una serie de movimientos que me llevan junto
a mi amigo, que me espera impaciente pero contento junto a Raúl. Este último se
estaba empezando a poner nervioso, ya que veía que tardábamos mucho. Marta y
Rober han tirado para la cima, merecido se lo tienen. Nos fundimos en un abrazo
los tres mosqueteros, y tomo un poco de aire.
Me siento mareado, con la boca seca como una lija y suplicando por
un poquito de agua. Raulillo me explica que su hermana y Rober han subido a la
cima, precisamente, a ver si encontraban algún montañero al que racanear el
bien preciado, aunque sea unas gotas de oro líquido. No tengo fuerzas ni de
quitarme el arnés. Simplemente me quito los gatos, y me pongo las botas
malamente. Mientras, mis dos amigos se han acercado a la cueva de Mari en busca
de un poco de agua; se suelen formar pequeños charcos en las piedras de dentro,
de las que se pueden sacar un par de tragos. Me siento confuso, destrozado, y simplemente
me quedo mirando el horizonte, hacia el Aizkorri y el Txindoki, como si de
alguna manera me fueran a dar fuerzas para levantarme. Oigo que una voz me
habla y me dice: -bebe. Es Raúl, que ha conseguido rescatar unas pocas gotas de
la cueva de La Dama. No es mucho, pero, como si fruto de un hechizo se tratara,
me da la suficiente fuerza para erguirme y empezar a andar hacia la faja de gerriko
kobie. Siguiendo esta faja (N), bordeamos la cima del Anboto hasta llegar
al cruce en el que se unen la arista del frailia y la parte superior del
kilómetro vertical, que sube por Anboto Sakona.
Jon Ander lo está pasando mal. Yo me siento algo mejor, y me
pregunto a mí mismo si el agua que he bebido tendrá algo de mágico, ya que no
siento ningún dolor. Al fin encontramos una pista que nos indica que vamos por
buen camino. Cerca nuestro oímos voces, probablemente llegadas de la cumbre, y
rezamos para que Marta y Rober estén ahí, con un buen trago de agua. Últimos
metros, estamos cerca. Me doy la vuelta una última vez para contemplar las
vistas que dejo tras de mí, inmersas en las sombras. A lo lejos veo Durango,
bebiendo los rayos marchitos del sol de otoño, y me pregunto por los muchos
pastores que a lo largo de los siglos habrán subido por esa vertiente tan
vertical en busca de sus ovejas perdidas.
18:00 de la tarde. Parece un sueño, pero lo hemos conseguido. A
escasos metros de nosotros vemos el buzón del Anboto, y junto a él nuestros
amigos esperándonos con una cantimplora medio llena. Nos abrazamos los cinco,
sintiéndonos afortunados del día y de la aventura, que finalmente ha salido
genial. Jon Ander y yo nos lo tomamos con calma, pero poco a poco, vamos
cogiendo fuerzas. Marta nos ofrece un gel de glucosa que devoramos sin dudar.
Nos damos un minuto para sacar una foto, que nos saca un mendizale que está de
paso, y nos ponemos en marcha.
Fotografía: Anónimo
Lo difícil
está hecho, ahora solo queda bajar. Dicho así parece que no es para tanto, pero
la noche se nos echa encima y tenemos cerca de dos horas hasta el coche.
Bajamos lo más rápido que podemos. Haciendo un alto en Zabalandi para llenar
las cantimploras y beber como locos. Echamos una última mirada a la sagrada
pared, y seguimos bajando.
Fotografía:
Karlos Aretxabaleta
No conseguimos darle esquinazo a la noche en el Anboto, y esta nos
persigue como si quisiera que nos quedaremos a dormir con ella, junto algún
árbol. Ya casi hemos llegado. Bajamos a toda pastilla por el GR, pero ya en el
bosque no se ve nada y tenemos que sacar los frontales. Los animales del bosque
nos acechan esperando su turno; de hecho, pasamos junto a un grupo de vacas que
se han quedado dudando entre defenderse de los extraños o hacerse a un lado.
Coche. 19:50 de la tarde. Ya a oscuras nos volvemos a felicitar y con
más calma repartimos todo el material entre nosotros a la luz de la luna y de
los frontales. Ya solo nos queda parar en un bar de carretera –el Munts–
situado en el barrio de Abadiño Muntsaratz, y tomarnos una buena cerveza fría.
Llegado a este punto, no hay nada como recordar las anécdotas del día, contar batallas
pasadas y soñar con futuras aventuras.
Croquis
empleado: Ref. Untzillaitz sur |
[1]
Fuente: http://www.anboto.airplace.org/
[2] Gracias a los aperturistas
por la información y algunas de las imágenes, cróquises…etc.
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